martes, junio 08, 2010

El agujero...

le ocultaba medio cuerpo, justo a la altura del pecho. Está claro que podía en cualquier momento salir de él para situarse junto a sus amigos.
Había prisa, debía unirse a ellos cuanto antes. Sólo tenía que dar un pequeño salto y agarrarse a la orilla para unirse a ellos. ¿Por qué no lo hacía? ¿qué hacía que seguía allí dentro, prácticamente sin moverse???
Los amigos comenzaron a darle la mano con amabilidad. Quizá, no tenía ganas de hacer el esfuerzo y puesto que ellos estaban allí, no les importaba ayudarle. Pero él ponía una cara inerte y no se movía del hueco.
Confusos, los amigos volvieron a intentarto. Nada, se vislumbraba un ligero atisbo de intención en sus trasparentes ojos. Pero seguía allí, en el pequeño hoyo.
Los amigos cada vez estaban más decepcionados. ¿Qué hacía? ¿por qué no se unía?. Las respuestas no eran atendidas. Se empezaron a formar pequeños comentarios entre sus amigos. Eran pequeñas criticas mediante amplias palabras. Con el paso de los minutos, las palabras se volvieron más duras y la comprensión hacía su amigo, menor.
Comenzaron a unírsele otros comentarios dañinos hacia su persona. Tenían o no qué ver, pero seguramente todo lo que pasaba fuera de aquel agujero, sucedía porque él no salía de allí.
Todo eso no era constructivo, su amigo seguía dentro. ¿Pero que más podían hacer cuando era evidente que habían probado ya de todo para que hiciese algo tan sencillo?
Cansados ya de esperar, le dieron un últimatum. O salía o se marchaban. Ante la visualización de su inerte cara y la falta de explicaciones, los amigos decidieron alejarse. Alguno se volvió con la esperanza de verle salir por sí mismo del agujero que le semiocultaba. Otros albergaron la esperanza de volver a visitarle tras recuperar de nuevo su paciencia.

Pasó el tiempo, y un pequeño cachorro se acercó a la parte del bosque donde se encontraba el hombre. El perrito era de un tono pardo oscuro, con una ligera manchita marrón en su pata trasera. Sus ojos mostraban inteligencia, locuencia y resolución. Quizá resquicios de cansancio demasiado acuciado para su corta edad.
El cachorro se sitúo al lado del hombre y miró hacia arriba. Ya era el momento. El invierno había finalizado y salían los primeros rayos de sol. Se alejó apresurado del lado del hombre. Entonces, él comenzó a llorar. Estaba valorando la única compañia que había tenido en el último momento y su marcha, le suponía de nuevo la soledad.
Pero el cachorro volvió al poco tiempo con los amigos del hombre, que portaban palas.
Comenzaron a trabajar con resolución. El ambiente se terció animado y muy esperanzador aunque también con notas de reproche. El cachorro se situaba al lado del hombre, mientras éste lo acariciaba.
Estaban cavando en paralelo y con proximidad a donde se encontraba su amigo. El invierno había acumulado muchos desechos en el agujero donde en un principio la tierra ya era fangosa. Ahora que la primavera comenzaba, el astuto cachorro había dispuesto y confiado en que eso fuera lo que retenía al hombre, que había perdido las esperanzas de que escucharan sus justificaciones y de poder encontrar motivación a lo que sus amigos realizaran fuera de ese bosque.