heridas en los nervios
Cuando vuelves, sientes una tristeza que va más allá de la separación, más allá del regreso a casa. La sonrisa tiene una nota agria, los ojos brillan no sólo por el sentimiento de verse amado.
Porque cuando mi corazón palpita, la mente me dice que tiro demasiado de la cuerda cuyo extremo me oprime ese corazón haciendo que mi sangre deje de fluir por el cuerpo. Me quedo helada, sin saber que hacer, lloro porque mi felicidad no se extiende sino que provoca daños colatelares en personas que me importan. Los amigos se pueden ir al infierno, las sonrisas que recibo de ellos son parciales y engañosas. Me aman a ratos, compartes sentimientos pero ellos vienen y van. No temo hacerles daño, porque ya controlo. No son ellos los que me preocupan.
No hacemos más que cagarla, temo ser la mala de la película, temo dar de sí un tiempo y un lugar que quizá no nos pertenece. Siento mucho esto, siento que quizá haya sido una molestia y haya pecado por exceso de confianza. Espero que te des parcialmente cuenta que esto va dirijido a ti. Porque él se empeña en restarle importancia y yo no quiero ni pensar en darlo vueltas. Pero no soy capaz de pedir disculpas cuando me dijeron que me pasé.
A veces pienso en que la solución es difuminarme, ser nube y dejarle a él con la bronca. Esperando que se pase la tormenta, que se olviden las cosas y no volver para evitar otra escena igual pero es que no puedo separarme, y volvemos a cagarla. Estamos llenando un saco de mierda que se va a romper, o esa es mi sensación.
Por supuesto que el sentimiento tan fuerte que tengo no repara en esa sensación. Una piedra en un zapato no impide que puedas correr, pero molesta. Soy de echarme la culpa, pero creo que esas cosas no hubieran pasado de faltar yo.
Y es lógico que me preocupe, muy lógico. Que compartan la familia contigo y oir continuamente gritos no es buena señal.
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